domingo, 16 de octubre de 2016

WE´VE BEEN HAD, AMIGO. LOS PROFESIONALES (1966)










1966, menudo año. La escalada de violencia crece en Vietnam, y tras un primer año de batallas fácilmente ganadas, los americanos empiezan a verle las orejas al lobo Charlie. Lyndon Johnson manda a cientos de miles de soldados a acabar con aquello rápidamente. Dentro de sus fronteras los yankees tampoco andan tranquilos, James Meredith, activista pro derechos civiles es tiroteado en el estado de Mississippi. No para aquí el terror, Richard Speck comete en chicago uno de los crímenes más impactantes de la crónica negra americana. Peor aún, Ronald Reagan es elegido gobernador en California. Mientras, otros mitos caen; en UK es detenido Ronald Edwards, autor del mítico gran robo del tren.  En nuestras tierras, Fraga Iribarne promueve la Ley De Prensa e Imprenta, que supuestamente acaba con la censura, jajaja. Unos meses antes lucía tipito en Palomares, tras caer varios misiles nucleares en sus aguas.


Por su parte, John Lennon proclamaba que los Beatles eran más grandes que Jesucristo, causando la furibunda reacción de miles de estúpidos fans, que no debían haber oído Revolver, publicado ese mismo año y (en opinión de muchos) mejor que el sermón de la montaña. Dylan revoluciona el gallinero con Blonde on Blonde, alejándose ya de folk. Los Beach Boys epatan con Pet Sounds y la psicodelia empieza a campar a sus anchas en discos como el debut de los 13th Floor elevators. A su vez, el western se afianza en su vertiente spagguetti (The Good The Bad and The Ugly), aunque 1966 también nos deja joyas del calibre de El Dorado de Howard Hawks. Y también la que hoy nos ocupa. Los profesionales.

Si quieres un trabajo bien hecho, contrata a un profesional, o eso dicen. Estaremos de acuerdo en que en esto del western crepuscular o cómo queramos llamarlo la medalla de oro se la lleva Grupo Salvaje, tanto en factura como en significación; muy grande ha de ser la magnum opus de Peckinpah para eclipsar y casi dejar en el olvido a su predecesora en tantos aspectos: Los Profesionales (The Professionals 1966), una de las mejores cintas de aventuras de la historia, así, sin más, y uno de los westerns más adictivos de los años sesenta.
No deja de ser curioso que la historia venga presentada por Richard Brooks, un tipo ferozmente independiente pero que no tenía apenas experiencia en el western, previamente había rodado tan solo La Última Cacería (The Last Hunt 1956), precursor a su vez de los westerns acusadores del genocidio indio y de las matanzas de bisontes. Recién terminada Lord Jim en 1965 tras un durísimo rodaje, Brooks se embarcó en esta aventura de ideales marchitos y amistades traicionadas. La trama es como sigue: se nos presentan cuatro tipos, cuatro mercenarios profesionales, contratados por un taxativo magnate tejano (JW Grant) papel que borda Ralph Bellamy, para rescatar a su esposa, que ha sido aparentemente secuestrada por un bandido mejicano, antiguo revolucionario (Jesús Raza, interpretado magistralmente por Jack Palance). Los cuatro profesionales son Lee Marvin (Rico Fardan), el militar experto en armas y estrategia; Burt Lancaster (Bill Dolworth), un mujeriego especialista en explosivos; Robert Ryan (Hans Ehrengard) entendido en caballos y Woody Strode (Jacob Sharp) rastreador y un tipo fino con el arco y el cuchillo. La misión es en principio simple, encontrar a la mujer (una explosiva Claudia Cardinale) y traerla de vuelta a casa. Se infiltran en tierras mejicanas y siguen el rastro de los bandidos hasta su guarida, donde descubren que el secuestro no es tal, sino que la mujer es la amante de Raza. A pesar de todo la re-secuestran y huyen de vuelta hacia Tejas, perseguidos por Raza y sus hombres, culminando la película con un intenso tiroteo y un imprevisible (o quizá no) clímax.


El rodaje tuvo lugar en Death Valley, mientras que los actores se alojaban en Las Vegas; esto dio lugar a que Lee Marvin diese rienda suelta a su creciente alcoholismo, lo que causó más de una tensión durante las jornadas de trabajo. Lancaster, estajanovista y profesional hasta el tuétano, observó asqueado como Marvin arruinaba varias escenas debido a su estado. Richard Brooks llegó a comentar que su mayor temor durante el rodaje fue que “Lancaster agarrase a Marvin de su borracho culo y lo tirase montaña abajo”. Afortunadamente este mal ambiente no se ve reflejado en la pantalla, más bien al contrario; la química entre ambas estrellas es total, especialmente en las escenas en las que discuten acerca de la revolución. Descubrimos que Fardan y Dolworth participaron junto a Raza en la Revolución Mexicana y que ambos quedaron tocados por la experiencia. Especialmente memorable es el momento de ensoñación de Dolworth en el que dice aquello de “Me inspiró un día de mayo de 1911 en El Paso. De repente, se oyeron gritos y disparos al otro lado del Rio Grande. Todo el mundo corrió para ver qué pasaba, yo también. Desde lo alto de los carros podíamos ver la otra orilla. Los maderistas estaban tomando Juarez, la revolución estaba en pleno apogeo. Era maravilloso... sin darme cuenta crucé la frontera y me puse a disparar como todos gritando viva Méjico. Un mes más tarde, volaba trenes a las órdenes de Villa.”

La elección de los actores no puede ser más acertada; además del buen hacer de Marvin (a pesar de las resacas) y de un diabólicamente ambiguo Lancaster tenemos a Jack Palance, poderoso y ajado a partes iguales, Cardinale derrochando sex appeal y Woody Strode como de costumbre, una impasible escultura de ébano. El único pero lo encontramos en Robert Ryan, con un personaje poco articulado, desagradable y, francamente, inútil. Uno se pregunta si el objetivo de su presencia será poner en relieve lo complicado y hostil del asunto, porque casi siempre resulta exasperante. Contrasta su visión ingenua de la aventura con la lapidaria actitud de sus compañeros, su ingenua defensa de los caballos y su fe en la bonhomía;  significativa es la escena cuando Dolworth le dice “La dinamita, y no la fe, es lo que mueve las montañas”.
Uno de los puntos fuertes de la película es la fotografía de uno de los más grandes, Conrad Hall (que ganaría una estatuilla al año siguiente trabajando también con Brooks en A Sangre Fría). Rueda a lo grande las escenas de acción, explosivas (a todos los niveles) y además logra que el desierto cobre mayúscula importancia en las escenas del viaje, mostrándolo en toda su dureza y su hostil esplendor. Añádase a esto la música de Maurice Jarre, con ese trotón y conmovedor tema principal, incorporando motivos folklóricos mejicanos a una banda sonora auténticamente magistral. Combinando música y fotografía con ese reparto y la robusta dirección de Richard Brooks tenemos mucho ganado.

La Revolución is not a goddess but a whore

Llegado a este punto alguno se puede plantear por qué incluimos a Los profesionales en la corriente de westerns modernos o crepusculares. Como decíamos al principio, es el precursor natural de The Wild Bunch, y adelanta muchas de sus líneas maestras, si bien hay que reconocer que ha sido, en justicia, eclipsada por su malhumorado hijo. Para empezar, adelanta la idea de los héroes cansados; dinosaurios en vías de extinción, guerreros que luchan porque ya no saben hacer otra cosa, y son conscientes de que los nuevos tiempos les excluyen. En la maravillosa escena de la emboscada de Lancaster a sus perseguidores tiene lugar esta brillante conversación con su antiguo camarada revolucionario:
Bill Dolworth: Nada es para siempre. Excepto la muerte. Pregúntale a Fierro, a Francisco, a todos aquellos del cementerio de los hombres sin nombre.
Jesús Raza: Todos ellos murieron por un ideal.
Dolworth: ¿La revolución?... cuando el tiroteo termina, los muertos se entierran, y los políticos entran en acción. Y el resultado es siempre igual, una causa perdida.
Raza: Así que tú quieres la perfección o nada. Ohhh, eres demasiado romántico amigo. La revolución es como la más bella historia de amor. Al principio, ella es una diosa, una causa pura. Pero todos los amores tienen un terrible enemigo.
Dolworth: El tiempo.
Raza: Tú la ves tal como es. La revolución no es una diosa sino una mujerzuela, nunca ha sido pura, ni virtuosa, ni perfecta. Así que huimos y encontramos otro amor, otra causa, pero sólo son asuntos mezquinos, lujuria pero no amor, pasión pero sin compasión, y sin un amor, sin una causa, no somos nada. Nos quedamos porque tenemos fe, nos marchamos porque nos desengañamos. Volvemos porque nos sentimos perdidos. Morimos porque es inevitable...

Además tenemos que añadir el elemento geográfico: Méjico. Aquí tiene una importancia capital, representa el pasado y el presente de los protagonistas; para Fardan supone un doloroso recuerdo, su familia (mejicana) fue asesinada allí por los militares, suponemos que este recuerdo es el que le hace cambiar de opinión acerca del acuerdo con Grant. Para Dolworth es una aventura pasajera, pero no puede evitar el aguijonazo en forma de recuerdo cuando se enfrenta a Raza. Los dos son unos románticos encallecidos y esto pesa definitivamente en su decisión final.

Siempre decimos que una buena película debe ser fiel a su tiempo y aquí también encontramos un reflejo de los convulsos años sesenta; el idealismo venciendo al capitalismo encarnado en la figura del férreo W Grant; el dinero finalmente no es suficiente para comprar las gastadas almas de los héroes profesionales.
Rescatemos una escena favorita: podríamos elegir alguna escena de acción, que como hemos dicho son espectaculares, o algunas de las reflexivas conversaciones acerca de la naturaleza humana y la revolución, pero de todas ellas destacamos el (imprevisible e improbable) final con la conversación entre un henchido e iracundo Ralph Bellamy y Lee Marvin, que terminado su trabajo se niega a rematarlo (a disparar a Raza, vaya), a lo que Bellamy espeta “Es usted un bastardo”. Lee Marvin, más Lee Marvin que nunca, le replica “Sí señor. Pero, en mi caso, es un accidente de nacimiento. En cambio usted... usted se ha hecho a sí mismo

 Sir, you're a self made man

J.S

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