¿Qué es mejor? ¿Una buena y espumosa
cerveza de malta o un buen tequila añejo reposado? Difícil respuesta.
Probablemente, lo mejor sea combinar ambos brebajes, como hubiera hecho el
propio Sam Peckinpah... Con "Grupo Salvaje" y "Pat Garrett &
Billy the Kid" ocurre lo mismo.
Mientras la primera es el espaldarazo
definitivo para su director (ese nieto de jefe indio, educado entre los últimos
testigos de la Frontera, eterno rebelde de Hollywood y máximo representante de
este Nuevo Western, Western Crepuscular, Revisionista, o como diablos quiera
uno llamarlo...), la segunda nace maldita y mutilada, y no será hasta casi 20
años después cuando pueda verse la maravillosa fuerza poética y el gran aliento
trágico de su versión íntegra.
Si "Grupo Salvaje" constituye la
consumación de un estilo que venía cociéndose hacía años, "Pat Garret
& Billy the Kid" es su máxima depuración. Ambas son lamentos
visuales con una puesta en escena barroca y crispada, ejemplos perfectos de ese
nuevo tipo de western que constata el irreversible declive de los valores
clásicos y deja al desnudo la cínica mentira sobre la que se basa la
"historia oficial" de América. Sin embargo, más personal e
introspectiva que el cóctel explosivo de violencia y nihilismo que es
"Grupo Salvaje", "Pat Garret & Billy the Kid" es la
película desencantada y melancólica con la que, con un tempo más lúgubre y
pausado, la mirada lúcida de Peckinpah nos regala de verdad ese auténtico
poema de despedida a un mundo que desaparece y los seres que lo habitan.
Dos caras de la misma moneda, dos cantos
de cisne diferentes, dos reflejos del alma inconformista y desgarrada de un
cineasta único, así como de un género agonizante que, durante veinte años,
sufrirá las convulsiones de un viejo testarudo que se niega a firmar su acta de
defunción sin llevarse por delante unos cuantos mitos y contar la triste y
verdadera historia de su vida.
Los personajes del Western Crepuscular son
criaturas anacrónicas, verdaderos dinosaurios en vías de
extinción, náufragos en el tránsito de una época a otra; se encuentran
perdidos en un universo de praderas valladas, de fronteras cerradas, de senderos
que acaban en callejones sin salida. Perdedores patéticos y envejecidos,
degradados física y moralmente (en las antípodas de los justos y esbeltos
cowboys de Gary Cooper o Alan Ladd), están acostumbrados desde hace tiempo
a la derrota y la traición. El cambio de los tiempos les ha obligado a
verse envueltos en combates dudosos que les confunden y les abocan, en último
extremo, a la auto-destrucción. Condenados de antemano por el progreso
(ametralladoras, automóviles, excavadoras, aviones, etc.), son testigos furiosos
y desorientados de la llegada de la "ley y el orden", de la era
industrial, de un mundo en el que no tienen cabida. Ante la inminencia de su
desaparición, no les quedará otra cosa que hacer más que elegir el
lugar y el momento, y presenciar impotentes la llegada de la muerte.
Pocas escenas sintetizan de manera mejor
ese sentimiento, esa toma de conciencia inútil y tardía, que esta de "Pat
Garret & Billy the Kid", en la que el personaje interpretado por Slim
Pickens, herido de muerte, se aproxima hasta el margen del río y
contempla el fluir impasible de las aguas ante la mirada llena
de compasión y el silencio de su mujer, mientras los primeros acordes de
"Knockin' on Heaven's Door” iluminan progresivamente uno de los momentos
más emocionantes y sobrecogedores del western moderno:
Pero, empecemos por el principio, por un señor llamado John Ford...
A.
R.
No hay comentarios:
Publicar un comentario