miércoles, 4 de enero de 2017

THE SHOOTING: EL WESTERN EXISTENCIALISTA. (1966)




“El Tiroteo” (The Shooting 1966) la peli que nos ocupa hoy, es de las menos conocidas del género y de las que tuvieron una difusión más limitada en el momento de su estreno. Y, sin embargo, de las más originales. Como un auténtico viaje de ácido podíamos calificar esta película dirigida por Monte Hellman en el año 66, rodada con medios ínfimos. Viaje psicodélico, reflexión existencialista, travesía de auto-conocimiento. Algo así.

Para entender la película, algo nada fácil por cierto, no está de más saber de dónde nace la idea y el equipo artístico, especialmente, su director, Monte Hellman. Nace de la cuadrilla, porque ese es el término que mejor definiría a ese grupo de artistas rebeldes procedentes de la serie B más salvaje, de un señor llamado Roger Corman, auténtico gurú del cine independiente de los sesenta, cuya productora American International, era capaz de dejarnos joyitas inolvidables como “The Intruder” o la serie de películas dedicada a la adaptación de los relatos de Edgar Allan Poe (sí esa que marcó para muchos de nosotros los terrores de la infancia) o aberraciones, subproductos llenos de moteros, mujeres armadas hasta los dientes o jóvenes teenagers entregados al maléfico consumo de marihuana. Esta especie de comuna creativa liderada por Corman es el embrión de muchos de los principales actores y directores del Nuevo Hollywood que, como digo, está a punto de irrumpir con fuerza en el panorama cinematográfico. Monte Hellman es uno de ellos, como lo es Jack Nicholson que interpreta en “El Tiroteo” uno de los pistoleros más enigmáticos, fríos y letales de la historia, especie de encarnación del mal o del diablo, pues como digo, toda la película es algo así como una alegoría, parábola simbólica o como queramos llamarlo.


La historia, hermética a más no poder, va de una mujer que convence a dos cowboy, Warren Oates (sí, el gran Warren Oates del cine de Peckinpah ya está por aquí dejándose ver con su gesto crispado y torturado) y Will Hutchins (que es joven e impulsivo socio) para que la ayuden a llevar a cabo una venganza contra alguien pero no sabemos nunca quién es este alguien. Tampoco sabemos cuál es la razón por la que quiere vengarse. A ellos se les une en la persecución el susodicho Jack Nicholson, que está impecable en su interpretación e impecable también en su atuendo todo hay que decirlo, mucho mejor vestido de lo que siempre nos ha tenido habituados.. Pistolero silencioso por antonomasia, que al parecer conoce a la chica, pero no se sabe de qué.






Realmente, la historia avanza sin que se sepan los detalles acerca de las motivaciones que mueven a los personajes. Los dos cowboys se ven obligados a llevar a cabo una misión que no saben de qué va. Entre la chica y el pistolero hay una especie de alianza amenazadora y silenciosa. No sabemos en qué año transcurre la acción. Ni dónde. Sabemos que está rodada en el impresionante Death Valley de California, pero el territorio por el que avanzan los jinetes es un universo sin coordenadas espacio temporales, una especie de planeta donde no se cruzan con nadie, desértico no solo por el paisaje sino por la sensación de paraje apocalíptico, alegórico despoblado de seres humanos, como si el extraño grupo de parcos personajes que protagonizan la película fueran los últimos habitantes del planeta.

El conflicto de la acción nace del deseo del personaje de Oates de escapar de la misión, de entender de qué va todo esto, de u frustrado deseo de saber qué y a quién se está persiguiendo. ¿Metáfora tal vez del desconocimiento y la incertidumbre del hombre en el universo? ¿Alegoría de la eterna búsqueda de respuestas que nunca llegan por parte del ser humano en un universo hostil y sin sentido? Tal vez, dejemos eso a la interpretación de cada uno. Porque si realmente hay un western abierto a la interpretación es este.



Nosotros como espectadores asistimos también atónitos a esa incertidumbre. No sabemos nunca nada, estamos tan perdidos como los dos cowboys por esa tierra inhóspita. Justo al final, cuando parece que va a resolverse el enigma de este brevísimo western, apenas dura 70 minutos, nos encontramos igual que el personaje de Warren Oates con esa impactante imagen que, en lugar, de resolvernos las dudas nos introduce en un abismo de incertidumbre aún mayor. ¿Quién es entonces el tipo al que perseguían? ¿Por qué tiene la misma cara que Warren Oates? ¿Es su hermano gemelo? ¿Es él mismo transfigurado por la intervención de algún tipo de elemento sobrenatural, mitológico o como queramos llamarlo? ¿Es su propia imagen reflejada diciéndonos que todo ha sido una aventura irreal, de auto conocimiento? ¿Acaso es que está ya muerto desde el principio de la historia un poco al modo de, salvando las distancias, Bruce Willis en El Sexto Sentido? Surrealista, filosófica, intensa, impresionista. ¿Quién es la mujer? ¿Quién es Billy el pistolero? ¿Por qué recorren el desierto en busca de algo o alguien sin nombre? No sabemos. Imposible saberlo.


 

Lo que está claro es que “El Tiroteo” es el western existencialista por antonomasia. La atmósfera del relato en universo paralelo que parece ser la tierra que recorren tiene algo de esa tierra mítica no real que siempre ha sido el western al fin y al cabo.

“El tiroteo” es una película importantísima en la historia del género. Es la primera que se atreve a llevar el género a un lugar tan filosófico y alegórico. Algo que será mucho más habitual en los western que están aún por llegar. El héroe del western ya no es un infalible y bondadoso cowboy al servicio de la justicia. Ya no es un cliché, es un hombre torpe y débil, envuelto en la duda más absoluta. Ese es el héroe moderno, el tipo que explora sin saberlo los límites de sí mismo y del universo que le rodea sin hallar respuesta a ninguna de sus inquietudes, el héroe que se va desvencijando lentamente, envejeciendo, corrompiendo, consumiéndose poco a poco hasta morir y pasar a formar parte de esa tierra, mítica como decimos, por la que ha estado vagando durante siglos. Como Pike y sus hombres, como Cable Hogue, como Pat Garrett, como Robards y Fonda en Hasta que Llegó su Hora, como Jeremiah Johnson, como el Pequeño Gran Hombre, como Warren Beatty en Los Vividores; todos ellos sepultados por la naturaleza y el paso del tiempo.

Llegados al año 66, con Vietnam ya en llamas y los fuegos del 68 que se van calentando en Méjico, París, Praga y San Francisco, las grandes epopeyas de intachables cowboys ya no interesan, ya no reflejan el mundo en que vivimos. Los chicos de Corman, igual que en un par de años los moteros de Easy Rider son los que marcan la pauta.

Auténtica película de culto, “El Tiroteo” es también un film valiente, una especie de sombra que se extiende por el universo del western. Está llena de momentos de tensión, magníficamente fotografiada a pesar de estar hecha con dos duros y, sobre todo, tiene como he comentado antes, uno de ESOS finales. Verla es más una experiencia personal que cualquier otra cosa. Está claro que no es una película al uso y que no será del agrado de muchos, pero es diferente al resto, original hasta la médula y solo por eso ya tiene un valor impresionante en un género tan atado a la ortodoxia y los cánones clásicos como el western.

No es aún tan psicotrópica como “El Topo” pero sí que nos va sumergiendo en esa atmósfera transgresora, crítica y un tanto alucinada del cine de finales de los sesenta y principios de los 70. Cuando uno la ve, siente la presencia de Mescalito, esa criatura invisible que aparecía con el peyote de la que nos hablaba Las Enseñanzas de Don Juan.
Sí, la verdad es que con “El tiroteo” la cosa comienza a ponerse extraña en el western... Está claro que Corman pagaba poco a sus chicos, pero a buen seguro que buena marihuana no les faltaba de ninguna otra cosa...

A. Rus



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