“El
Tiroteo” (The Shooting 1966) la peli que nos ocupa hoy, es de las menos
conocidas del género y de las que tuvieron una difusión más limitada en el
momento de su estreno. Y, sin embargo, de las más originales. Como un auténtico
viaje de ácido podíamos calificar esta película dirigida por Monte Hellman en
el año 66, rodada con medios ínfimos. Viaje psicodélico, reflexión
existencialista, travesía de auto-conocimiento. Algo así.
Para
entender la película, algo nada fácil por cierto, no está de más saber de dónde
nace la idea y el equipo artístico, especialmente, su director, Monte Hellman. Nace
de la cuadrilla, porque ese es el término que mejor definiría a ese grupo de
artistas rebeldes procedentes de la serie B más salvaje, de un señor llamado
Roger Corman, auténtico gurú del cine independiente de los sesenta, cuya
productora American International, era capaz de dejarnos joyitas inolvidables como
“The Intruder” o la serie de películas dedicada a la adaptación de los relatos
de Edgar Allan Poe (sí esa que marcó para muchos de nosotros los terrores de la
infancia) o aberraciones, subproductos llenos de moteros, mujeres armadas hasta
los dientes o jóvenes teenagers entregados al maléfico consumo de marihuana.
Esta especie de comuna creativa liderada por Corman es el embrión de muchos de
los principales actores y directores del Nuevo Hollywood que, como digo, está a
punto de irrumpir con fuerza en el panorama cinematográfico. Monte Hellman es
uno de ellos, como lo es Jack Nicholson que interpreta en “El Tiroteo” uno de
los pistoleros más enigmáticos, fríos y letales de la historia, especie de
encarnación del mal o del diablo, pues como digo, toda la película es algo así
como una alegoría, parábola simbólica o como queramos llamarlo.
La
historia, hermética a más no poder, va de una mujer que convence a dos cowboy,
Warren Oates (sí, el gran Warren Oates del cine de Peckinpah ya está por aquí
dejándose ver con su gesto crispado y torturado) y Will Hutchins (que es joven
e impulsivo socio) para que la ayuden a llevar a cabo una venganza contra
alguien pero no sabemos nunca quién es este alguien. Tampoco sabemos cuál es la
razón por la que quiere vengarse. A ellos se les une en la persecución el
susodicho Jack Nicholson, que está impecable en su interpretación e impecable
también en su atuendo todo hay que decirlo, mucho mejor vestido de lo que
siempre nos ha tenido habituados.. Pistolero silencioso por antonomasia, que al
parecer conoce a la chica, pero no se sabe de qué.
Realmente,
la historia avanza sin que se sepan los detalles acerca de las motivaciones que
mueven a los personajes. Los dos cowboys se ven obligados a llevar a cabo una
misión que no saben de qué va. Entre la chica y el pistolero hay una especie de
alianza amenazadora y silenciosa. No sabemos en qué año transcurre la acción.
Ni dónde. Sabemos que está rodada en el impresionante Death Valley de
California, pero el territorio por el que avanzan los jinetes es un universo
sin coordenadas espacio temporales, una especie de planeta donde no se cruzan
con nadie, desértico no solo por el paisaje sino por la sensación de paraje
apocalíptico, alegórico despoblado de seres humanos, como si el extraño grupo
de parcos personajes que protagonizan la película fueran los últimos habitantes
del planeta.
El
conflicto de la acción nace del deseo del personaje de Oates de escapar de la
misión, de entender de qué va todo esto, de u frustrado deseo de saber qué y a
quién se está persiguiendo. ¿Metáfora tal vez del desconocimiento y la
incertidumbre del hombre en el universo? ¿Alegoría de la eterna búsqueda de
respuestas que nunca llegan por parte del ser humano en un universo hostil y
sin sentido? Tal vez, dejemos eso a la interpretación de cada uno. Porque si
realmente hay un western abierto a la interpretación es este.
Nosotros
como espectadores asistimos también atónitos a esa incertidumbre. No sabemos
nunca nada, estamos tan perdidos como los dos cowboys por esa tierra inhóspita.
Justo al final, cuando parece que va a resolverse el enigma de este brevísimo
western, apenas dura 70 minutos, nos encontramos igual que el personaje de
Warren Oates con esa impactante imagen que, en lugar, de resolvernos las dudas
nos introduce en un abismo de incertidumbre aún mayor. ¿Quién es entonces el
tipo al que perseguían? ¿Por qué tiene la misma cara que Warren Oates? ¿Es su
hermano gemelo? ¿Es él mismo transfigurado por la intervención de algún tipo de
elemento sobrenatural, mitológico o como queramos llamarlo? ¿Es su propia
imagen reflejada diciéndonos que todo ha sido una aventura irreal, de
auto conocimiento? ¿Acaso es que está ya muerto desde el principio de la
historia un poco al modo de, salvando las distancias, Bruce Willis en El Sexto
Sentido? Surrealista, filosófica, intensa, impresionista. ¿Quién es la mujer?
¿Quién es Billy el pistolero? ¿Por qué recorren el desierto en busca de algo o
alguien sin nombre? No sabemos. Imposible saberlo.
Lo
que está claro es que “El Tiroteo” es el western existencialista por
antonomasia. La atmósfera del relato en universo paralelo que parece ser la
tierra que recorren tiene algo de esa tierra mítica no real que siempre ha sido
el western al fin y al cabo.
“El
tiroteo” es una película importantísima en la historia del género. Es la
primera que se atreve a llevar el género a un lugar tan filosófico y alegórico.
Algo que será mucho más habitual en los western que están aún por llegar. El
héroe del western ya no es un infalible y bondadoso cowboy al servicio de la
justicia. Ya no es un cliché, es un hombre torpe y débil, envuelto en la duda
más absoluta. Ese es el héroe moderno, el tipo que explora sin saberlo los
límites de sí mismo y del universo que le rodea sin hallar respuesta a ninguna
de sus inquietudes, el héroe que se va desvencijando lentamente, envejeciendo,
corrompiendo, consumiéndose poco a poco hasta morir y pasar a formar parte de
esa tierra, mítica como decimos, por la que ha estado vagando durante siglos.
Como Pike y sus hombres, como Cable Hogue, como Pat Garrett, como Robards y
Fonda en Hasta que Llegó su Hora, como Jeremiah Johnson, como el Pequeño Gran
Hombre, como Warren Beatty en Los Vividores; todos ellos sepultados por la
naturaleza y el paso del tiempo.
Llegados
al año 66, con Vietnam ya en llamas y los fuegos del 68 que se van calentando
en Méjico, París, Praga y San Francisco, las grandes epopeyas de intachables
cowboys ya no interesan, ya no reflejan el mundo en que vivimos. Los chicos de
Corman, igual que en un par de años los moteros de Easy Rider son los que
marcan la pauta.
Auténtica
película de culto, “El Tiroteo” es también un film valiente, una especie de
sombra que se extiende por el universo del western. Está llena de momentos de
tensión, magníficamente fotografiada a pesar de estar hecha con dos duros y,
sobre todo, tiene como he comentado antes, uno de ESOS finales. Verla es más
una experiencia personal que cualquier otra cosa. Está claro que no es una
película al uso y que no será del agrado de muchos, pero es diferente al resto,
original hasta la médula y solo por eso ya tiene un valor impresionante en un
género tan atado a la ortodoxia y los cánones clásicos como el western.
No
es aún tan psicotrópica como “El Topo” pero sí que nos va sumergiendo en esa
atmósfera transgresora, crítica y un tanto alucinada del cine de finales de los
sesenta y principios de los 70. Cuando uno la ve, siente la presencia de
Mescalito, esa criatura invisible que aparecía con el peyote de la que nos
hablaba Las Enseñanzas de Don Juan.
Sí,
la verdad es que con “El tiroteo” la cosa comienza a ponerse extraña en el
western... Está claro que Corman pagaba poco a sus chicos, pero a buen seguro
que buena marihuana no les faltaba de ninguna otra cosa...
A. Rus
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